Alguien corriente, sin talentos ni aptitudes destacables, con un millón de facetas, miedos que me obligo a superar y sueños demasiado grandes. Espero entiendas después de esto, que zapatos tengo puestos para escribir lo que escribo.
Hija única, o mas bien, con un muñeco en el cielo. Que podría verse resumido como “afín a la soledad pero aprecio a la buena compañía”. No podría separar de mi descripción a mis padres, pilares y motores que supieron acepar y acompañar cada vuelo.
Llevo desde que tengo memoria hablando de “irme” quizá en aquel entonces no sabía siquiera qué significaba. De pequeña giraba el globo terráqueo, ponía el dedo. Tocase donde tocase, investigaba. Hablo de aquella época en la que conectarse al internet era desconectar el teléfono fijo, por lo que muchas veces buscaba atlas. Atlas en los que todavía, faltaban países.
Con el tiempo y la tecnología, llené mi google drive de guías sobre lugares que todavía ahora no visité. Hasta que un verano, entre exámenes finales y cálculos de ahorros (en los que siempre faltaba), decidí hacer un voluntariado en Estados Unidos. 19 años, un idioma que no conocía, sin intermediarios y con demasiada ilusión. Ese fue un antes y un después. A partir de entonces, no había fiesta ni ropa que me ilusionara más que ahorrar para viajar.
Entendí desde el vamos, que no necesitaba millones para conocer culturas, y ese era mi principal objetivo. Los “locales” no siempre toman Uber, no comen en restaurantes Michelin, ni se quedan en los hoteles más caros.